18/12/07
Amelia dibujaba corazones en los márgenes de su cuaderno de matemática cuando no prestaba atención al mundo y pensaba en él. Amelia los descubría cuando volvía en si, se sonrojaba y arrancaba la hoja, la arrugaba con cariño en su mano. Al toque de campana lanzaba el papel al basurero. Ledamis lo recogía tras ella y lo guardaba en su bolsillo, se asomaba al pasillo y la veía caminar con sus amigas, la perdía de vista en la escalera.
Amelia tiene 16 pecas en su rostro, la gran mayoría se concentran en su respingada nariz, son pequeñitas, otras muy diminutas, casi ni se ven. Ledamis no tiene. Amelia piensa que le sentarían bien algunas. Ledamis cree que si toca la nariz de Amelia con la suya, se le pegarán pecas de ella, como si fueran contagiosas. Ledamis se mira la nariz de forma graciosa para ver si pasó algo. Amelia sonríe.
19/9/07
6/9/07
Era cerca del medio día y hace sólo unos minutos había dejado el aula de clases, la escuela, todo ese mundo ajeno y hostil detrás, las paredes frías, las miradas indiferentes, el rumor de la gente, todo atrás, tan rápido como le permitían sus piernas, se dejó llevar por el deseo de estar pronto en casa, donde la esperaban miradas cálidas y amplias sonrisas.
Al salir de aquel lugar miró al cielo y vio con júbilo la venida de unas cuantas nubes negras, algo extraño en esa época del año, algo excitante para una amante de la lluvia de verano, se decidió a caminar lento, tal vez tendría la suerte de que las gotas la encontraran en el camino. Las nubes cubrieron el sol en poco tiempo y para sorpresa suya, en el suelo, se formaron manchas de luz, por los rayos que quedaban en libertad de tocar tierra, y se largó a llover, y siguió caminando, amplió su sonrisa cuando descubrió que no llovía en todo el lugar, sólo en los sectores donde el suelo se cubría de sombras, se detuvo, estiró un brazo desde la luz hacia la oscuridad y pequeños ríos de agua tibia recorrieron la palma de su mano, y comenzó a girar, no podía dejar de girar, a pesar de sentir las miradas de la gente que pasaba por ahí, indiferentes a tanta maravilla, al grandioso espectáculo regalo del cielo, y se cubrían las cabezas con cuadernos y periódicos, y no comprendían. Y sin poder dejar de girar, recordó cuando respiró negro y exhaló lila, cuando abrió los ojos y se encontró en casa, con ropa seca en las manos de su mamá y una sonrisa perfecta de bienvenida al hogar.
28/8/07
Se sentaron espalda con espalda, ella no quería mirarle (cobarde), porque se conocían hace tan poco tiempo y ya le confesaba algo que a nadie más, jamás, nunca más.
Te amo te amo.
Te amo te amo te amo.
Te amo te amo te amo te amo.
Te amo te amo te amo te amo te amo.
Te amo te amo te amo te amo te amo te amo.
Te amo te amo te amo te amo te amo.
Te amo te amo te amo te amo.
Te amo te amo te amo.
Te amo te amo.
Te amo.
21/8/07
Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares de noche ni de día, ni en la hora de mi muerte, sobretodo en la hora de mi muerte. Amén.
Apagó la vela con los dedos, se deslizó suave por el colchón, se tapó con la cobija hasta las orejas, cerró sus ojos y soñó, con el buzón rojo de los Vedier.
El Callejón de Eva era sin duda su atajo favorito, lo cruzaba en veinticuatro pasos, veinticuatro pasos contados como segundos antes de morir al otro lado, salir a la luz de la Av. La Vigía, sosteniendo el aliento antes de mirar al frente, para luego dar un sonoro suspiro y ver su lata roja sangre oxidada por 18 años a la intemperie y olvidado, como su corazón anhelante de que alguien le escriba. Los dos eran iguales, siempre a la espera de una encomienda, una postal, una tarjeta, un saludo en un pequeño papel, hasta un mensaje en un boleto de tren, una carta que llenara el hueco húmedo y oscuro de su alma, objeto inanimado ahí plantado en la tierra, sin nada más que hacer que esperar la vida sin ojos por los cuales llorar, sin boca por la cual gritar, sin nariz para respirar agitadamente ante la desesperación, sin rostro.
Cruzaba la calle al salir del callejón dando otro suspiro, llenando sus pulmones con aire hasta el tope, y exhalando por la boca pausadamente para tranquilizar su corazón, ahí, en la casa abandonada de los Vedier, se hallaba su amigo, el buzón con su banderín agachado, como un cachorro pidiendo disculpas a su amo, era como mirarse a un espejo, aunque ella pidiese perdón al mundo. Le observaba durante horas, todos los días, sin excepción, esperaba siempre con ansias el amanecer para correr al callejón y contar los últimos pasos antes de…
Día miércoles primero de Noviembre, día de todos los Santos, veinticuatro pasos por el Callejón de Eva, sostuvo el aliento por última vez, el suspiro nunca llegó, cuando miró al frente, hacia el buzón rojo del banderín alzado, sonrió y murió.
15/8/07
17/7/07
3/7/07
Rabia. El frenesí inevitable lo hizo ver rojo al mundo, el hombre a su lado, lleno de triste calma, lo vio igual.
Sus armas; sus manos. Su fuerza; su voluntad. Su muerte; la de los demás. Destrucción.
Desagradable olor a guerra. Amargo sabor a sangre enemiga. Produce nauseas.
La tierra un vómito de cuerpos sin vida.
Batalla ganada, en el fondo se sabe pérdida.
Sea por Gaia.
26/6/07
Manos en los bolsillos, mochila de jeans en un sólo hombro, caminar despreocupado, sonrisa de medio lado.
Lo vi cruzar la calle, me lo imaginé vestido de astronauta, venía hacia la plaza, en donde lo esperaba yo.
-¿De qué te ríes? –me preguntó, mientras se sentaba en el otro columpio.
-De ti –contesté, imitando su sonrisa, lo miré de reojo, también sonreía, pero ya no de lado, sonreía mirando hacia arriba, ampliamente.
-¿Qué soy ahora? –preguntó sin dejar de mirar el cielo.
-Un astronauta –me miró, abrió la boca para decir algo, pero cambió de opinión, no dije nada, la abrió otra vez y habló, me dio la impresión de que no tenía nada que ver con lo que había pensado.
-¡Ja! ¿Y estoy flotando en el espacio? –lo dijo sin mirarme, miraba de nuevo el cielo.
-Estás sentado en un columpio… y volarás en diez, nueve, ocho… -mientras yo contaba comenzó a columpiarse, hasta que llegué a cero, saltó y aterrizó en el pasto riendo a carcajadas, me reí también y me fui a sentar a su lado.
-Estás loco –le dije y me recosté con la cabeza en su pecho –vaya concierto.
-Suena para ti… -dijo, pero no lo dejé terminar.
-Ya viví esto –le espeté sonriendo.
-Déjà vu quizás – contestó, los dos callamos –es el momento.
-¿De qué? – le pregunté incorporándome para verlo de frente, estaba serio y pensativo, concentrado.
-¿Escuchaste eso? –lo dijo y me miró esperanzado.
-Claro que te escuché, te pregunté de qué –lo miré extrañada.
-Olvídalo –me dijo, pero al parecer lo pensó mejor –no, recuérdalo, recuerda, quédate aquí, prométeme que no te irás, y cierra los ojos, no los abras hasta que yo llegue.
Tomó mis manos y sonrió, suspiré aliviada y escuché su voz nuevamente.
-Juro que volveré.
-Prometo que no me iré –le respondí, cerré los ojos y esperé, esperé.
-Ábrelos –dijo su voz alegre.
Frente a mi tenía al astronauta y en su mano una cajetilla de cigarros, me la ofreció sonriendo.
-Sabes que no fumo –le dije irritada.
-Cierra los ojos y escucha –me dijo, y yo los cerré otra vez -enojona.
Abrí un ojo con la ceja arqueada y cara de circunstancia.
-¡Que los cierres! –exclamó.
-¿Quién es la enojona? –le dije, y cerré los ojos sonriendo confusa.
Presté atención a lo que fuese tuviera que escuchar.
-Grillos.
Comprendí y recordé. Voces de niños.
“-¡Demian! ¡Demian! ¡Ven! –grité mientras corría a todo lo que me daban mis piernecitas.
-¡Corre! Sígueme, te mostraré algo –me gritó él desde la oscuridad del bosque. Seguí corriendo, más allá de los árboles, lo seguí en las sombras, con confianza de niña, ni siquiera veía al pequeño astronauta, aún así lo seguí, aunque fuese al espacio, hasta que los árboles se acabaron y vi su cara, sonrojada por el cansancio y la felicidad, frente a la mía.
-Hola –me dijo.
-Demian ¡Que lindo! ¿Cuándo lo encontraste?
-Eso no importa –contestó –importa que tiene ranitas y peces de colores, es una pecera gigante, y es tuya, te la regalo.
Era un lago, rodeado de flores.
Abracé fuerte al astronauta.
-En la noche podremos ver las estrellas, desde aquí, nuestra base espacial –me susurró y yo lo apreté más fuerte, le dije te quiero y le sonreí con mi sonrisa libre de niña de ocho años.
-Te tengo un regalo –espetó separándose de mi –cierra los ojos.
Cerré los ojos y esperé, esperé.
-Ábrelos –dijo su voz alegre.
Tenía una caja de cigarros en su mano.
-¡Música! –exclamé –que lindo.
-Suena para ti –dijo y me ofreció la caja –ábrela, son tuyos.”
-Grillos –le dije.
-Grillos espaciales, son tuyos –habló despacio, disfrutando las palabras.
-¿Por qué no me dijiste? –pregunté, mirando los grillitos.
-Pensé que no lo recordarías. Ha pasado tiempo –respondió nostálgico.
-Si, ha pasado tiempo –sonreí, lo abracé, sentí sus manos en mi espalda y su cabeza en mi hombro, le susurré un te quiero.
-Yo también te quiero loquilla –susurró él.
-Cuando llegaste este año, sentí que te conocía hace mucho, pero no imaginé que fuese verdad, y no recordé siendo conciente, te fuiste del bosque y me quedé sola con las ranitas, las flores y las estrellas, tus estrellas de astronauta, quería ver al pequeño Demian, te extrañé, aunque no lo sabía, te olvidé cuando el tren desapareció de mi vista, y ahora estás aquí, mi amigo.
-Y ya no soy tu amigo nuevo, soy tu viejo amigo, y tu mi flor de luna. Yo también te extrañé, y ya no soy el pequeño Demian, soy el Gran Demian –dijo, sonriendo de lado.
-Presumido –le dije, tomé mi mochila y empecé a caminar, él me siguió.
“Astronauta presumido, volviste a tu espacio”
21/6/07
Luciérnagas, quería ver luciérnagas, pero desde su ventana sólo veía la profunda oscuridad de la noche, la calle sin faroles encendidos, sola, vacía, como ella en ese momento, encerrada en su cuarto sin luciérnagas, sólo quedaba imaginarlas…
Tomó un libro de la estantería, uno de los gruesos...
Imaginó una, y en lo negro más allá de su ventana, una luz apareció, sonrió enigmática y el vacío se llenó de sentido, prendió la radio y al recostarse en su cama cayó en un profundo sueño, con el libro abierto sobre su pecho y lo leyó su corazón...
Se despertó suave, como vuelo de luciérnagas, escuchó la radio con aquel canto armonioso, la ventana se abrió y el viento movió su cabello negro, como la noche sin luciérnagas, como la calle sin la luz de los faroles, como el vacío antes de llenarse, de melodías, de palabras, de colores, como…
14/6/07
Eran unas uvas grandes y jugosas, lo sabía porque cada vez que me quedaba mirando la parra con los ojos enormes, mi abuelo Manuel me sacaba un racimo de las verdes, siempre de las verdes, y me las daba para que yo las comiera sentada en el columpio de colores que estaba en el patio de atrás. Eran unas uvas sabrosas, en un parrón colosal, en un patio gigantesco lleno de flores y plantas de todo tipo, la casa un laberinto con mil habitaciones y pasillos. Había un negocio lleno de dulces gratis, y una peluquería con cosas para jugar, hacer peinados locos a mi prima, un cole por ahí, un moño por allá, y las peinetas enredadas en la mata de pelo toda desordenada, y había un montón de gente con quien jugar, y me daban vuelo en el columpio, yo me sentaba y siempre llegaba alguien, y volaba, miraba hacia arriba mientras volaba en mi columpio arco iris, y veía el parrón, y era un cielo verde con nubes celestes que eran el cielo en realidad, y era un cielo verde que estaba lejos y cerca, lejos y cerca, en un vaivén continuo y mágico, y yo comía uvas y dulces gratis, reía, todos reían junto conmigo y yo mas reía, felicidad.
11/6/07
Hoy explotó el hervidor eléctrico, y el antiguo pitar de la tetera que volvió del olvido sonó en mi memoria, el invierno lluvioso, el calor de la estufa, los castillos de legos en la alfombra del living-comedor, las películas en el televisor de catorce pulgadas, la leche caliente y el infaltable pan con queso derretido. Como un tren sonó en mi memoria, sobre la llama alta de la cocina, como una llama ardió en mí, el sonido agudo de la nostalgia.
29/5/07
Volví a ser lo que era en la infancia, a vivir en armonía con la naturaleza, con el mundo, cosas importantes te hacen cambiar, una revolución, incluyendo el poder de las flores.
23/5/07
Correcto, correcto, correcto, así es, hay que marcar el tiempo, un, dos, un, dos, con ritmo, un, dos, undos, undosundos, me desperté, en una banca de mi plaza querida, infestada de gente, calor de veranos acumulados, respiro vapores olorosos, me rondan mosquitos y helados de barquillo, quiero uno, uno, uno, uno, un dos, un dos, undos, undosundos, oh... mi corazón, oh corazón, tres, cuatro, cuatro cinco, cinco, cinco, cinco seis...